miércoles, enero 31, 2007

Cernícalo en Tabila

abel estrada copyright

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Wisin y Yandel en Altos de Chavón

El concierto que dieron en Altos de Chavón los cantantes de reguetón Wisin y Yandel, importaciones odiosas, traídas a nuestro país sólo porque la ignorancia, la estupidez y los deseos vanos de llamar la atención de la juventud dominicana permiten costearla, estuvo acompañado de bailarines que deleitaron al público con escenas bochornosas en las que se tomaron poses que simulaban relaciones sexuales y se hicieron movimientos indecorosos.
En uno de los principales diarios dominicanos aparece en la portada una de las escenas más fuertes, y en el pie de página dice que algunos consideran estas formas de baile como arte corporal y otros como erotismo; no se les ocurre mencionar a los que la consideramos vulgar pornografía y prueba lamentable de lo bajo que ha caído la sociedad en el sentido moral.

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Está entendido y probado de más, que ningún extremo es bueno. Pensar en el puritanismo provoca risas porque todos saben de la hipocresía que se requiere para comportarse según estas normas extremas en público, porque de corazón pocos han estado de acuerdo con estas en los países donde se han impuesto, y porque en lo privado no eran así, y muchos adolecían de costumbres y gustos inconfesables. Pero también indeseable es el extremo del libertinaje, aberración y mala interpretación de lo que es libertad.
Los libertinos, que no son pocos en estos lares, entienden que mientras estén en la calle o en su casa pueden hacer lo que les venga en ganas, como andar casi desnudas las mujeres, y estas y los hombres utilizar orgullosamente un lenguaje soez, porque el que habla educadamente es un “atrasado, ridículo o que quiere privar en fino”.
Recuerdo los muchos ataques que se hicieron a los playeros en su momento de fama, porque las letras de sus canciones incitaban a las drogas y hablaban sin doble sentidos ni disimulos de sexo y violencia. Hoy en día, esas críticas han menguado tanto que se podría decir que hemos acabado por aceptar como buenas y válidas las actitudes de estos antisociales, promiscuos y drogadictos. Contra esta tendencia de aceptación hay que luchar, para volver a rescatar los valores que hemos perdido y que una vez nos rigieron, y de los que, al momento de tomar en cuenta para trazar las líneas de nuestra conducta diaria, es mejor pecar de exceso que de defecto, aunque ningún exceso sea bueno.
Solamente hay que observar el comportamiento de un perro en la calle para comprender qué insulto es que a uno lo comparen con este animal, aunque sea el mejor amigo del hombre; el calificativo de perro no es insultante para estos artistas, ya que ellos mismos han bautizado la forma de bailar el reguetón, que no es reggae, como perreo.
La autoridad competente bien podría sancionar a los artistas perreadores que presentaron este espectáculo, prohibiéndoles presentarse en el país por un tiempo dado, y también obligar a cualquier promotor artístico que quiera traer a un intérprete de este género a poner claro en los contratos que deben impedir los excesos en que incurren bailando. Por supuesto que en estos espectáculos se bailará perreo, pero que se aseguren que sea un perro cuyo pedigrí no le permite comer en los basureros ni copular en público.