Hace poco en nuestro país se armó un escándalo porque fue incluido en una lista de estados casi fracasados, a punto de ser fallidos. Casi todo el mundo atacó la inclusión, aclarando lo que es un estado fallido y por qué República Dominicana no era, ni estaba cerca de convertirse en uno. Algunos periodistas expresaron sin embargo, que aunque fuera doloroso, en vez de estar pataleando y explicando que este país no merecía ese baldón, debíamos ponernos las pilas y tratar de mejorar las muchas faltas que aquejan su funcionamiento.
Ahora seguro que dolería si algún estudio internacional nos incluyera en una lista de países que en general se rigen por antivalores, aunque el país que hiciera el estudio fuera el país con menos corrupción del mundo.
Pero resulta que en un país como República Dominicana, que la doctora Aura Celeste Fernández haya dicho públicamente que fue por asunto de principios, y no de legalidad, que renunció a los incentivos especiales que perciben los jueces de la Junta Central, es una afrenta para los muy honrados jueces que junto con ella conforman este organismo. Muchos de ellos tienen fama de ser hombres serios probados, y que la doctora Fernández haya sido la única que hiciera la denuncia de lo incorrecto de tal incentivo, los pone a ellos al descubierto.
Pero que los jueces se hayan molestado es entendible porque a nadie le gusta que le den galleta sin manos; no por esto este país es un país de antivalores.
Que los jueces que aceptaron evadir impuestos no hayan tratado de mantener un bajo perfil, sino que se llenaran las bocas atacando a la doctora Fernández es lo que preocupa.
Eso es precisamente una sociedad de antivalores. En una sociedad que se precia de civilizada, si una persona, y más si ostenta una posición pública, comete una inmoralidad o acto deshonesto, es objeto de una condena moral -en desuso en nuestro país-. Inmediatamente renunciarían, por la vergüenza de que todos ya sepan que sus principios son lasos, y que no son lo que de ellos esperaban sus maestros por un lado, y por el otro sus seguidores y admiradores. Es más, solamente por sospecharse de ellos renuncian.
La doctora Fernández, por cierto, renunció en el primer gobierno del PLD a su cargo porque se cuestionó que lo ocupara siendo esposa de un funcionario del gobierno; eso es una muestra de lo que es tener vergüenza.
En una sociedad de antivalores, lo malo, lo imperdonable, es que alguien se rebaje a ser serio, que no se aproveche de un cargo o nombramiento para servirse en vez de servir.
No han faltado por supuesto, los artículos celebrando la actitud de la juez, personas, como por ejemplo Molina Morillo, que no se iban a quedar calladas ante esta demostración de tanta seriedad y de ruedos pesados. Pero sí he extrañado los artículos atacando fuertemente a los
Para muchísimas personas en la calle, principalmente para las unidades elementales de la próxima generación, los jóvenes, este tipo de personas son “pendejos”, desaprovechan las oportunidades que Dios les da, y lo que quieren es fuñir la paciencia y traer discordia entre compañeros.
Un columnista, de esos que siempre tienen la frente arrugada como si estuviera pensando profundo, y de quien yo no esperaba semejante comentario, no por serio sino por ser un político, dijo en síntesis que la doctora Aura Celeste Fernández lo que quiere es privar en seria. Con esto dice que la doctora Fernández no es seria, cosa que ha demostrado, y también deja ver qué le espera a cualquiera que actúa con rectitud. No lo podía creer y volví a leer el artículo, y eso era lo que decía. Y seguía sin poder creerlo. Ser serio no es asunto de la propia convicción de serlo, es demostrarlo.
El problema terrible de corrupción que afecta a nuestro país no se puede quedar como está, y no se va a resolver tratando de evitar discordia entre compañeros, dándole la espalda a lo mal hecho porque si lo denuncia va a ser criticado. Es asunto de enfrentarlo, de manera activa los que tienen poder para hacerlo, y dando ejemplos de cómo se es honrado.
De no disponernos a dejar los beneficios económicos rápidos y mal habidos de lado, en aras del progreso de la nación, estemos preparados para la debacle moral que nos viene encima, y los problemas sociales y por supuesto económicos, que parecen ser los que más miedo meten, que trae como consecuencia vivir sin reglas.
Ahora seguro que dolería si algún estudio internacional nos incluyera en una lista de países que en general se rigen por antivalores, aunque el país que hiciera el estudio fuera el país con menos corrupción del mundo.
Pero resulta que en un país como República Dominicana, que la doctora Aura Celeste Fernández haya dicho públicamente que fue por asunto de principios, y no de legalidad, que renunció a los incentivos especiales que perciben los jueces de la Junta Central, es una afrenta para los muy honrados jueces que junto con ella conforman este organismo. Muchos de ellos tienen fama de ser hombres serios probados, y que la doctora Fernández haya sido la única que hiciera la denuncia de lo incorrecto de tal incentivo, los pone a ellos al descubierto.
Pero que los jueces se hayan molestado es entendible porque a nadie le gusta que le den galleta sin manos; no por esto este país es un país de antivalores.
Que los jueces que aceptaron evadir impuestos no hayan tratado de mantener un bajo perfil, sino que se llenaran las bocas atacando a la doctora Fernández es lo que preocupa.
Eso es precisamente una sociedad de antivalores. En una sociedad que se precia de civilizada, si una persona, y más si ostenta una posición pública, comete una inmoralidad o acto deshonesto, es objeto de una condena moral -en desuso en nuestro país-. Inmediatamente renunciarían, por la vergüenza de que todos ya sepan que sus principios son lasos, y que no son lo que de ellos esperaban sus maestros por un lado, y por el otro sus seguidores y admiradores. Es más, solamente por sospecharse de ellos renuncian.
La doctora Fernández, por cierto, renunció en el primer gobierno del PLD a su cargo porque se cuestionó que lo ocupara siendo esposa de un funcionario del gobierno; eso es una muestra de lo que es tener vergüenza.
En una sociedad de antivalores, lo malo, lo imperdonable, es que alguien se rebaje a ser serio, que no se aproveche de un cargo o nombramiento para servirse en vez de servir.
No han faltado por supuesto, los artículos celebrando la actitud de la juez, personas, como por ejemplo Molina Morillo, que no se iban a quedar calladas ante esta demostración de tanta seriedad y de ruedos pesados. Pero sí he extrañado los artículos atacando fuertemente a los
Para muchísimas personas en la calle, principalmente para las unidades elementales de la próxima generación, los jóvenes, este tipo de personas son “pendejos”, desaprovechan las oportunidades que Dios les da, y lo que quieren es fuñir la paciencia y traer discordia entre compañeros.
Un columnista, de esos que siempre tienen la frente arrugada como si estuviera pensando profundo, y de quien yo no esperaba semejante comentario, no por serio sino por ser un político, dijo en síntesis que la doctora Aura Celeste Fernández lo que quiere es privar en seria. Con esto dice que la doctora Fernández no es seria, cosa que ha demostrado, y también deja ver qué le espera a cualquiera que actúa con rectitud. No lo podía creer y volví a leer el artículo, y eso era lo que decía. Y seguía sin poder creerlo. Ser serio no es asunto de la propia convicción de serlo, es demostrarlo.
El problema terrible de corrupción que afecta a nuestro país no se puede quedar como está, y no se va a resolver tratando de evitar discordia entre compañeros, dándole la espalda a lo mal hecho porque si lo denuncia va a ser criticado. Es asunto de enfrentarlo, de manera activa los que tienen poder para hacerlo, y dando ejemplos de cómo se es honrado.
De no disponernos a dejar los beneficios económicos rápidos y mal habidos de lado, en aras del progreso de la nación, estemos preparados para la debacle moral que nos viene encima, y los problemas sociales y por supuesto económicos, que parecen ser los que más miedo meten, que trae como consecuencia vivir sin reglas.
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