jueves, septiembre 28, 2006
Abejon del Abejon (Del Folklore Dominicano)
Abejón del abejón,
Muerto lo llevan en un serón.
El serón era de paja,
Muerto lo llevan en una caja,
La caja era de pino,
Muerto lo llevan en un pepino.
El pepino era mocato,
Muerto lo llevan en un zapato.
El zapato era de hierro,
Muerto lo llevan a los infiernos.
Los infiernos estaban cubiertos,
Muerto lo llevan a San Vicente.
En el medio de la iglesia,
Se le cayó la cabeza.
En el medio del sermón,
Se le cayó el corazón.
OTRA VERSION
Abejón del abejón,
Muerto lo llevan en un serón.
El serón era de paja,
Muerto lo llevan en una caja,
La caja era de pino,
Muerto lo llevan en un pepino.
El pepino era mocato,
Muerto lo llevan en un zapato.
El zapato era de hierro,
Muerto lo llevan a los infiernos.
Los infiernos estaban calientes,
Muerto lo llevan a San Vicente.
San Vicente se arrancó un diente
Y se lo tiró en la frente
(Del Folklore Dominicano)
martes, septiembre 26, 2006
miércoles, septiembre 20, 2006
Trofeos de Guerra (2 de 3)
Los conceptos de vida y muerte que se tenían en algunas religiones animistas, según los cuales quizás, la muerte no tenía la connotación de perpetuidad que tiene para nosotros, o según los cuales los espíritus rondaban luego de la muerte del cuerpo, situación esta que causaba temor, podría ser una explicación de por qué tantas tribus aborígenes recurrían a la toma de partes humanas como trofeos.
Muchas veces estos pueblos, al encontrarse con otros más fuertes, cuyas costumbres condenaban las suyas, se veían obligados a descontinuarlas o enfrentarse al poder “corrector” del nuevo visitante. Los maltratos excesivos de los pueblos dominantes a los dominados están precedidos de la convicción del conquistador, de que el conquistado no es humano, o es un ser humano inferior, o ha perdido su derecho a llamarse humano. Estas ideas llegan a tomarse como ciertas, por lo poco avanzado de la tecnología del pueblo subyugado, por no mostrar grandes logros intelectuales, por la comisión sistemática de un acto contra natura (según las concepciones del colonizador), que le degrada de su condición de humanidad, o por la ceguera que causa una tremenda ambición económica, y que justifica, a los ojos del injustificable invasor, el maltrato al que somete.
Este fue el caso de los aztecas. Llegados los depredadores españoles a Tenochtitlan, capital del imperio azteca, encontraron dos muy buenas razones que “justificaban” la conquista y conversión al cristianismo de los aztecas, a la buena o a la mala. Además de quedar prendados por la impresionante cantidad de oro y joyas que tenían los aztecas, tienen que haber quedado asqueados de encontrarse con una civilización, no inferior, que hacía guerras floridas, en las que se capturaban soldados enemigos para ofrecerlos al dios sol. En la cima de un templo, al que iba a ser sacrificado, estando vivo, se le abría el pecho y el corazón era extraído para ofrecerlo como ofrenda, para que el sol siguiera saliendo todos los días.
Ser sacrificado era motivo de orgullo, pero, igual que antes de matar un insecto que se cruza por nuestro camino sin hacernos ningún daño, nadie piensa en el propósito con que la naturaleza lo hizo feo o hediondo, los españoles no averiguaron ni les interesó comprender por qué los aztecas llevaban a cabo un acto que para ellos era un bárbaro salvajismo. Estos fueron cristianizados a la mala, y sus fortunas pasaron a engrosar el erario español.
La toma de trofeos por motivos religiosos casi siempre persigue el bien personal más que el de la comunidad: tomar para sí la fuerza y valentía que poseía el guerrero enemigo; evitar que el espíritu del enemigo les acose; conseguir beneficios con los dioses, a los que contentarían; y a veces beneficios muy vulgares, como en la edad media, cuando algunas personas conseguían robar muelas y dedos de personas ahorcadas, con el fin de que sirvieran de amuletos que permitieran al poseedor la facultad de entrar en la casa del difunto sin ser descubierto ni alertar a los habitantes de esta.
Entre los mayas los guerreros capturados eran convertidos en esclavos, pero si eran nobles eran destinados a sacrificios. Los cinturones de algunos gobernantes muestran cabecitas, lo que hace notar que también tenían la costumbre de conservar las cabezas como trofeos. Nos faltaría averiguar si estas cabezas serían de los nobles sacrificados, de los guerreros muertos en batalla o ambos.
Según se puede apreciar en la cerámica encontrada en el valle de nazca, estos eran dados a cortar cabezas, que podían ser reducidas o no. En el artículo titulado “Las cabezas cortadas en la cerámica Nazca” de María Concepción Blanco y Luis J. Ramos, se nos dice que esta actividad pasó a tener un carácter religioso al llegar el período incaico, es decir, para las culturas preincaicas las recompensas debían ser fama, respeto o hasta algún puesto privilegiado en la sociedad. También, por qué no, humillar al enemigo.
Cazadores y reductores de cabezas
Llamados tsantsas, unos ítems que todo el mundo reconoce instantáneamente como trofeos de guerra, son las cabezas humanas reducidas al tamaño de un puño, por los jíbaros, un grupo de aborígenes lingüísticamente aislados de la selva de amazonas, en los alrededores de la frontera entre Perú y Ecuador.
El terror que causaban los jíbaros venía desde antes de la llegada de los europeos al continente americano. Cuando a mediados del siglo XV Tupac Yupanqui se lanzó a la conquista de los jíbaros, los soldados incas iban con temor a enfrentar a guerreros, que, además de ser muy valientes, resultaban más amenazantes por la odiosa costumbre de empequeñecer la cabeza. La idea de la cabeza de uno mismo miniaturizada realmente aterra.
Yupanqui logró ganarles a los jíbaros, pero muchos se internaron en lo profundo de la selva, donde era imposible ir a capturarlos y conquistarlos.
Un aventurero estadounidense llamado F. W. Up. de Graff, que viajó Sudamérica en busca de fortuna, nos relata, al final de su libro “Cazadores de cabezas del Amazonas” nos relata de los jíbaros que eran traidores, siempre tramando cómo robarle a él y su grupo las armas de fuego que llevaban.
Aunque todavía es un misterio cómo los jíbaros empequeñecen las cabezas, el señor Up. De Graff nos da una descripción de lo que él vio, ya casi al final de su viaje, aunque, como él mismo nos dice, hubo pasos que no pudo ver porque los indios no se lo permitieron, el ritual era dirigido por hechiceros.
En resumen nos dice:
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“[Para pelar la cabeza] se abre una raya en el pelo, desde la coronilla hasta la base del cráneo, rompiendo la piel a lo largo de ella y tirando de aquella hacia ambos lados para sacarla del molde de huesos, como se saca una media del pie. Al llevar a los ojos, la nariz y la boca hace falta dar algunos cortes, después de lo cual la carne y los músculos salen con la piel, dejando el cráneo desnudo, a excepción de los ojos y la lengua.
Las incisiones hechas en cada bolsa de piel y carne, se cosen con una aguja de bambú y fibra de hoja de palmera […] dejando la abertura del cuello sin cerrar. Los labios los sujetan con tres palitos de bambú, cada uno de dos pulgadas y media de largo, que, atados con varias cuerdas de fibra de algodón, los mantenían fuertemente cerrados. […]
El objeto de sellarles la boca parece más bien estar relacionado con la parte metafísica que con la física, pues a lo que tiende realmente es a descomponer las líneas naturales del rostro que, de otra manera, se conservarían mucho mejor. Las rajas de los ojos, por el contrario, se apuntalan con unas estaquillas análogas de bambú, puestas en sentido vertical.
Las orzas utilizadas en aquellas ocasiones [estaban] hechas con el más exquisito cuidado por el curandero en persona. […] Para cada cabeza se destina uno de aquellos cacharros rojos de barro cocido y forma cónica […]
Los cacharros se llenaron de agua del río, y dentro fueron colocadas las cabezas, desprovistas de hueso [en una hoguera]. Al cabo de media hora el agua iba a empezar a hervir. […]Las cabezas hay que sacarlas antes de que el agua hierva para impedir el ablandamiento de la carne y el que se escalden las raíces del pelo, que produciría su caída. Una vez fuera se encuentra uno con que están reducidas a una tercera parte de su primitivo tamaño […]
[…] Se añadieron nuevos leños al fuego para calentar la arena de debajo pues [de aquel momento en adelante] la arena [jugaría] un importante papel en el proceso.”
Mientras la arena se calentaba, nos dice el autor, se llevaba a cabo un extraño ritual que no explicamos para no cansar la historia.
“Gran cantidad de arena caliente se hallaba ya entonces preparada. Se echaba dentro de [cada] cabeza por la abertura del cuello, y una vez llenas éstas se planchaban con piedras calientes, cogidas con agarradores de hojas de palma. Dicho procedimiento se repite durante cuarenta y ocho horas, hasta que la piel queda suave y dura y tan fuerte como el cuero curtido. La cabeza entera está reducida al tamaño de una naranja grande. […] Una vez perfeccionadas se cuelgan junto al humo de una hoguera para preservarlas contra los ataques de las nubes de insectos, que las destruirían. […] había algunos aguarunas que, como para burlarse de sus enemigos, descomponían los rostros de intento, aprovechando cuando aún estaban flexibles. Se complacían especialmente en dilatar la boca, de donde resulta esa expresión que se ve en muchos trofeos jíbaros.”
“Cazadores de cabezas del Amazonas” - F. W. Up. de Graff
Sexta Edición, 1961
Colección Austral No. 146
Págs. 214 - 218
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Luego de desollar las cabezas, antes de proceder a reducirlas, los ojos y la lengua, que quedan en el cráneo, son arrancados y tirados al río como ofrenda a las anacondas; luego, los cráneos son clavados en palos en la arena, y se hace un baile ritual alrededor de estos.
La participación en el rito de preparar las cabezas era un privilegio exclusivo de los que participaron en la batalla. Es de suponer que en las ollas en que se hervían las cabezas había además de agua, hierbas con tanino, que tienen propiedades astringentes.
La finalidad de llevar a cabo tal operación era, además de ganar la fama de guerrero valiente, mantener inhabilitado el espíritu del enemigo, o muisak, para que éste no volviera a vengarse del victimario del cuerpo que ocupaba.
Nos hace notar Up. De Graff, que es sorprendente el contraste entre el afán con que son cuidadas las cabezas reducidas antes de un baile ritual final, en el que, supongo yo, se terminaría de alejar el espíritu, y el desinterés que sus propietarios muestran por los trofeos una vez acabado el ritual mencionado. Nos asegura que hasta llegó a ver niños jugando con las cabezas a orillas del río, donde incluso llegaban a perderse.
El autor nos dice que, mientras él y su grupo bajaban un río en canoa junto a los indios, se produjo un altercado en el que fueron muertos varios aborígenes. Estos se lanzaron huyendo de las canoas, dejando abandonados los tsantsas que él capturó y llevó al mundo civilizado.
Se dice que hoy en día se siguen haciendo reducciones de cabezas, a pesar de la prohibición de esta actividad por las leyes de los países modernos que rigen las zonas donde viven los aborígenes.
Otra descripción de cómo se lleva a cabo la reducción de cabezas, nos la da Mazhuka, en su página web:
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“Lo primero es desollar la cabeza. Para eso, el guerrero jíbaro practica una incisión vertical encima de la nuca y luego separa el cuero cabelludo del cráneo. Enseguida hierve la piel para que el pelo no se desprenda. El preparador espera que se haya reducido a la mitad, la saca del agua y la pone a secar. Después raspa cuidadosamente la superficie interior de la dermis y, cose los párpados y la incisión inicial par que no quede ninguna abertura a excepción del cuello y la boca. Sin embargo, la cabeza es aún demasiado grande. El preparador introduce por el cuello unas piedras calientes para que la cabeza no se deforme a medida que la piel se contrae. Después se queman los vellos del rostro y se amarra el cuello antes de llenarla con arena caliente por la boca, último paso en la reducción de la cabeza. La arena, una vez fría, es vaciada, la piel teñida de negro y los labios cosidos. El tsantsa ya no es más grande que el puño. Toda la operación duró seis días”.
“Jíbaros: reductores de cabezas”
Mazhuka
http://mazhuka.dsland.org
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Personajes insignes de Barahona
jueves, septiembre 14, 2006
Recuerdos de la Influenza
Por: Prof. Ángel Ant. Estrada Torres
La terrible pandemia que azotó la humanidad después de la primera guerra mundial y a la cual se denominó influenza española; aunque no se originó en dicho país e incluso en España fue más benigna que en otros países, se acercaba a nuestro país, pues ya había entrado a Puerto Rico donde exagerando, se contaba que había causado terribles destrozos en la población.
El pueblo aterrorizado sacaba procesiones y penitencias pidiéndole a Dios misericordia y grupos de mujeres y hombres y niños cantaban:
"Quién es aquella que viene
pisando sobre las flores
es la virgen e’ las Mercedes
madre de los pecadores"
Entraban a la iglesia, donde el cura les daba la bendición y maliciosamente les advertía que había que dar limosnas.
La Sanidad (nombre que recibía en aquella época el Departamento de Salud Social) que estaba dirigida por los interventores norteamericanos, al igual que todas las demás de la administración pública de nuestra nación, no se quedó con los brazos cruzados, ordenó que se suspendieran las clases y se cerraran las escuelas, medida que le gustó mucho a los muchachos sin aquilatar el peligro que corrían. Aparecieron algunas disposiciones extrañas: Todos los ciudadanos debían mantenerse con la boca y la nariz tapada con una gasa, bajo pena de muerte si no lo hacían; además de hervir el agua. Una de las recomendaciones más extrañas era que se bebieran cápsulas de azufre con una tisana de canela todas las noches al atardecer.
Esta última medida dio lugar a que vecinos y amigos se reunieran a beberse las tisanas con las cápsulas de azufre y olvidando el miedo a la influenza contaran chismes, comentaran las últimas noticias, se dijeran chistes y adivinanzas y charadas. Todo un acontecimiento.
Algunos comentaban que al vecino cuya mujer le era infiel, en la noche le colocaron unos cuernos de vaca en la puerta y que el afectado lo que hizo fue estrellar los cuernos en el piso y seguir unido a su esposa. Una mujer comentaba: ¿por qué las adúlteras tienen tan buena suerte? Sus maridos siempre las apoyan.
En el curso de la alegre reunión a otro se le ocurría formular una adivinanza: "Adivínenme esta".
Si el enamorado es advertido
Ahí viene el nombre de la dama y el vestido
Alguien la conocía y respondía: Elena Morado
Los asistentes comentaban que antes de la intervención creían que los norteamericanos eran muy honrados en la administración de la cosa pública, sin embargo al ver su manera de administrar, eran iguales o peores que los dominicanos, "personalmente es lo mismo, el conocido capitán Bacalú ( ) le echa una mano a todo tierras, ganado, etc. Y lo utiliza para su propio provecho". Cambiando de tema se comentaba que en los campos cuando se celebraban bailes un campesino iba sacar a una dama a bailar le decían "¡Bomba, bomba!" y él debía decirle un piropo a la agraciada y ella tenía que responderle con otro. En un baile un hombre con los pantalones muy anchos y largos fue a sacar a bailar una mujer al grito de ¡Bomba! ya que ella estaba muy bien vestida, él le dijo:
Dende que te vi vení
Con to tu perifollo
Te quise jacei la ruea
Como el guaraguao al pollo
Ella le respondió:
Dende que te vi vení
Con los caizones tan bajo
Le dije a mi compañera
Me comieron los trabajo"
Anteriormente ellos habían tenido algún disgusto, al hombre no le gustó la respuesta y le dio una pescozada, esto provocó un pleito general en que volaron por los aires botellas, vasos, sillas etc. Si este incidente hubiera ocurrido pocos años antes hubieran habido tiros, heridos y muertos, pero las tropas norteamericanas habían desarmado a los dominicanos.
Contando anécdotas, charlando, riendo, les sorprendió la epidemia que parece que se introdujo por aeroplano, pues llegó primero a Santiago que a Santo Domingo. Las risas se convirtieron en sollozos y lamentos, se oía decir "¡ay comadre, murió Panduco, hombre tan piadoso que no le dolía partir su almuerzo con cualquier infeliz!" Le contestaban "¡No me diga! Pero ¿usted sabía que Juana está mas muerta que viva?". Otros informaban "A Dámaso no le valieron los cuartos, me dicen que se está muriendo".
Mujeres misericordiosas salían a llevarle sopa de pata de vaca a los pobres sin temer el posible contagio. Dicen que un enfermo exclamó "Que bueno es estar enfermo, si le dan sopa tan sabrosa!". Un conocido y eminente médico lo llamaron a la fortaleza para atender a un militar interventor norteamericano y era tanto el temor que el ilustre galeno le tenía a la influenza que vio una mosca volando cerca del enfermo y luego se le acercó a él, echó hacia atrás violentamente, se tapó la cara con las dos manos y gritó ¡oh! ¡oh!. El médico era de color oscuro y el capitán gringo le propinó una bofetada y bramó al militar enfermo: "¡Vaya, acuéstese y muérase que los hombres se acuestan y se mueren!" y despachó al médico sin darle oportunidad de atender al soldado.
Era tanto el temor que producía la enfermedad que las personas que no tenían parientes cercanos y morían, nadie los quería enterrar, por lo cual salían militares por las calles y obligaban a transeúntes infelices a que los llevaran al cementerio, donde los esperaban fosas ya cavadas. Murió un haitiano y la soldadesca yanky obligó a cuatro hombres a llevarlo a darle sepultura. Antes de enterrarlo en la fosa el supuesto cadáver se quejó y se movió, uno de los cuatro hombres le dijo "si crees que vamos a volver al pueblo contigo después de todo lo que hemos pasado, te equivocaste ¡Pal joyo!" lo tiraron, le echaron tierra y lo sepultaron vivo.
La epidemia fue disminuyendo después de innúmeros muertos, hasta que desapareció.
Algunas personas que sufrieron la influenza quedaron locas o paralíticas. Familias enteras enfermaban. En mi familia gracias a Dios no murió nadie, ni ninguno quedó con daños permanentes y no solo eso sino que mi hermana y yo logramos escapar del terrible mal.
Un dato curioso es que la gripe misma no mataba, sino que se complicaba con pulmonía, meningitis, etc. y ahí sobrevenía la gravedad.
Con los años, ya siendo un hombre maduro, conocí en Azua un norteamericano que se la daba de médico y poeta el cual fue subsecretario de sanidad durante la intervención. Conversando con él le dijo a mi hermano Aristico que estando en Puerto Rico vio algunas autopsias practicadas a personas muertas a causa de la influenza y vio en los pulmones y bronquios signos de hongos y de ahí le surgió la idea de que se tomaran pastillas de azufre. Realmente el norteamericano en cuestión conocido como Mister Stone no era médico, aunque figuraba como tal. Así puede verse la mala gobernación que ejercieron los Estados Unidos de América durante su primera intervención: ¡la subsecretaría de Sanidad en manos de un hombre que ni siquiera era médico, que por sus caprichos, en Azua y sus alrededores era considerado medio loco o por lo menos raro!.
¡Pintoresco personaje que puso a los dominicanos a taparse la boca y nariz con gasa y a beber pastillas de azufre con tisana de canela!.
Hasta aquí llegan mis recuerdos infantiles de la espantosa y mortal pandemia que azotó nuestro país hace ya tantas décadas y en esta época de la globalización, neoliberalismo, privatización y laisez-faire no me queda mas que concluir con los versos con que Fabio Fiallo concluyó uno de sus poemas sobre la primera intervención americana.
¡Aprended de nosotros, oh pueblos de América!
El peligro que encierra la amistad del sajón
Sus mas nobles tratados son pérfida asechanza
Y hay hambre de rapiña, en su entraña feroz.
Descripción del Escudo de la UASD
La Universidad de Santo Tomás de Aquino, hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo, fue fundada bajo el reinado de Carlos I de España y V de Alemania por la Bula in Apostulatus Culmine. Su escudo, en el cuarto superior derecho se encuentra la Cátedra de Santo Tomás de Aquino, discípulo de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos. En los dos cuartos inferiores aparece un galgo sosteniendo una tea entre sus dientes que incendia el globo terráqueo, con lo que simboliza la fogosa oratoria de la orden de la Orden de los Predicadores.
Señala la tradición que cuando la madre de Santo Domingo de Guzmán lo llevaba en sus entrañas, tuvo una visión en la que apareció un perro incendiando la tierra. Es por ello, que cuando Santo Domingo fundó la Orden de los Predicadores para combatir las herejías de los albicenses, se le llamó a sus miembros "Dominicanis", que quiere decir "Perro del Señor". Sobre el galgo hay dos ramos de laurel y de palme entrecruzados que representan el triunfo de la Orden de los Predicadores. Sobre éstos, una estrella simbolizando una marca de nacimiento que tenía Santo Domingo en la frente.
Todos estos símbolos están enmascarados por la inscripción: Academia de Santo Tomás de Aquino en el Imperial Convento de la Isla Hispaniola.
HIMNO DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SANTO DOMINGO
Centro de vida espiritual
Por cuatro siglos consagrada
De noble ciencia manantial
Luz del presente y del pasado
Eres fanal de nuestra mente
De la conciencia orientación
Del vasto mundo eres simiente
Y de la patria religión
Origen y Fundación de Hatico, hoy Tamayo
Según investigaciones, los primeros pobladores de “Hatico” fueron personas de una inteligencia natural, aunque unos menos que otros sabían leer y escribir y eran, además, personas muy religiosas.
Las primeras familias que fundaron fueron: Manuel Medina y Mamacita Reyes, Luisita Reyes, Angela Mateo, Juan Remedio Rodríguez y Salomé Ramírez, Simón Medina y Altagracia Reyes, Pedro Brito y María Antonia Gómez e Isidora Gómez.
De esas familias vinieron los descendientes que se extendieron en este pueblo, por ejemplo: de Manuel Medina y Nenecita Reyes descendieron:
Josecito Reyes; gran sabio, único médico y primero en esta jurisdicción, buen religioso. También fue considerado profeta porque predecía lo que sucedería en el futuro. Por haberse producido las profecías que él hacía, las gentes confirmaron sus creencias de que este era verdaderamente un profeta.
Los descendiente de la familia Medina Reyes fueron: Marcelo Esperanza, Facundo, José, Panchín, Ignacio y Ramonita Reyes. Estos vivían junto a sus padres en lo que hoy es la calle Duarte, esquina Amable Reyes.
Juan remedio Rodríguez y Salomé Ramírez: eran procedentes de Galván, tenían su bohío por la mediación del parque y el ayuntamiento.
Simón Medina y Altagracia Reyes: Estos vivían por el mercado, compraban resina de guayacán y cuero de chivo para venderlos en Haití, sus descendientes fueron: Justa Reyes, que se casó con Manuel Reyes, Bartolina que se casó con Confesor Vargas y Euclides Reyes que se casó con una tal Ana Clovia. Esta Ana Clovia, era maestra y a última hora se puso demente. Estos vivían en el barrio “la sombra”, casi frente al cine Catalina.
Pedro Brito y María Antonia Gómez: María Antonia Gómez, era la única que sabía leer y escribir en esta zona, de forma que las cartas que llegaban a las personas que vivían en Monserrate, El Palmar, La Cabria etc. ella era quien las leía. Era negociante, vendía gas, tubano, ron, etc. Su casa la tenía en la calle Pedro Mesa, esquina 19 de Noviembre y es la única que ún existe; en ella es donde vive en al actualidad Aracelys Gómez (Ana Celia) y donde funcionó la primera escuela de Hatico siendo María Antonia la primera maestra.
En esta escuela fueron alfabetizados especialmente los varones de esta población, ya que los padres temían que sus hijas aprendieran a leer, para que no les enviaran cartas a sus novios.
El primer síndico de Hatico fue el señor Humberto Michel, el segundo lo fue el señor Fabián Matos de la paz, quien construyó el parque que hoy lleva el nombre de Enriquillo.
El primer profesional que tuvo Hatico, fue el señor Negro Reyes.
Otro que contribuyó al desarrollo de la educación de Hatico fue un señor llamado Maximiliano Núñez, quien por ser tullido tenía que cobrar para poder sostenerse. Otros maestros fueron el puertorriqueño llamado Padilla y Augusto Cuello (Maneco).
Luego llegaron más personas de distintas partes, como fueron: Celestino González (celestino yoya) Ambrosio Mateo, José Lirin Reyes, Jaime Cuevas, De la Cruz Panchín; un poco más tarde llegaron Ramón Madora y Cheche Nonina, vinieron con su acordeón y su tambora, también con su machete, hacha y azada.
El primer canal que se construyó (Canal #1) irrigaba las tierras de Hatico, El Palmar, Los Higos y La Cu de Monserrate. Fue construido por iniciativa de Pedro Santana (Pilloco), Jaime Cuevas y Fernando Altagracia (gracia).
Luego del crecimiento de Hatico, crecía en muchos de sus hijos la intención de que este lugar se llevara a distrito municipal, por reunir las condiciones necesarias, pero surgió para esto, la oposición de los neyberos al extremo que el mercado que se realizaba aquí en forma de feria lo trasladaron a El Palmar. Manos clandestinas provocaron un incendio al mercado, siendo luego trasladado a su lugar de origen (Hatico).
En la lucha por lograr que Hatico sea elevado a Distrito Municipal se destacaron: Fabián Matos de la Paz, Pedro Mesa y Alfredo Brito. En esta lucha corrió la sangre de nuestros hombres, ya que un señor llamado Boché fue pagado para que diera muerte al Señor Fabián Matos. Encontrando este (Boché) a Fabián en el cuartel de la guardia situado en la casa de Avelina, le hizo un disparo en el estómago, y no lo mató por la intervención de un guardia llamado “gotica”.
Aprovechando la visita de Trujillo al Palmar Dulce, de Duvergé, nuestros hombres se reunieron con el coronel Blanquito, logrando que se le diera el grado de Común, perteneciente a la provincia de Bahoruco el 10 de Marzo de 1943.
Desde entonces, dejó de llamarse Hatico y se le dio el nombre de ese indio bravo que junto a Enriquillo se sublevó en la sierra de Bahoruco: Tamayo.
COMITÉ DE PREVENCIÓN Y DESARROLLO DE TAMAYO
COPREDETA
Nota: Información más amplia: Biblioteca “Prof. Agripina Cordero de Brito” del Liceo Secundario de Tamayo.-
domingo, septiembre 03, 2006
Trofeos de Guerra (1 de 3)
Por: Abel Estrada
Acostumbrados a leer sobre los trofeos de guerra en historias como la de Gengis Khan, que luego de derrotar a los habitantes de tierras deseadas, se llevaba sus mujeres y caballos, o a ver solo en los museos galones militares de soldados de otros países, podríamos pensar fácilmente que la toma de trofeos de guerra es una práctica desechada, llevada a cabo solo en tiempos en que no habían tribunales internacionales que trataran de maquillar los horrores de la guerra normándola, y que condenarían al que se atreviera a escalpar a un soldado vencido; pero no es así.
Desde la antigüedad, como podemos ver en la propia Biblia, donde se manda a David recoger cien prepucios de los filisteos, hasta la más reciente campaña militar estadounidense, contra Irak, se ha llevado a cabo la captura de trofeos durante los conflictos bélicos.
Recientemente hay un conflicto, en el que Perú acusa a Chile de haber robado muchas piezas de arte, cañones y otros bienes en la invasión de 1881, acusación que los chilenos niegan categóricamente.
Bienes que Perú reclama
Al momento de un soldado tomar trofeos de guerra todo sirve, hay quienes toman cosas tan nimias como una cantimplora común y corriente de las que dota el ejército al soldado y fotografías personales que un enemigo pueda llevar consigo, hasta quienes entran a los museos del país conquistado a robar colecciones de monedas y obras de arte.
Pero ¿qué lleva a las personas a apropiarse de las pertenencias y hasta de las partes del cuerpo de un enemigo? Razones hay.
Lo cultural y lo social
Una de las razones más poderosas es la tradición, porque esta hace ver el hecho como algo perfectamente normal incluso para el vencido, y todos los individuos de un ejército quieren conseguir algo más concreto que poderío político y económico, para llevar a casa.
El origen de estas costumbres podría encontrarse en la necesidad, en las poblaciones cazadoras y recolectoras, de hombres fuertes más que de intelectuales. Estos hombres vivían en aldeas que se alineaban a lo largo de los ríos o alrededor de lagos, situación esta, que además de facilitar el comercio los exponía a las comunidades al ataque de sus vecinos. Donde la fortuna personal no se puede alcanzar debido a que los métodos de producción no están suficientemente desarrollados y no hay sobreproducción, las formas de llegar a posiciones de poder eran a través de la religión o de la milicia; cabezas, penes y otros trofeos, demostraban a los ojos de los demás que el poseedor no se había amilanado en la batalla, sino que cumplió su papel de defensor y por tanto merecía ser respetado y temido. En estas sociedades, donde no se había desarrollado nobleza, estos eran los que llegaban a jefes tribales.
No se descarta tampoco, el mero hecho de querer impactar, destacarse o llamar la atención. Poder vanagloriarse de ser un gran guerrero o, en estos tiempos de exaltación de los vicios como virtudes, de ser inconmovible. Es parte de la naturaleza humana querer ser el primero, el instinto competitivo que se satisface con ser el más.
Los guerreros janjeros, una tribu etíope, cercenaban y disecaban los penes de los enemigos; aunque para nosotros esto resulta grotesco, para ellos era de suma importancia, porque estos penes eran colgados en los dinteles de la entrada a la casa, y mientras más se tuvieran más respetado y temido era el propietario de los trofeos, ya que demostraba más arrojo personal y bravura.
Los indios Wamachuko, de Perú, tomaban como trofeos de guerra, armas, vestimentas, y mujeres. Tomaban prisioneros para tenerlos como trofeos temporales, e incluso se toman partes del cuerpo para hacer copas, flautas y tambores. Este último dato no es, como podrían pensar algunos algunos, una costumbre macabra, un caso aislado, de un grupo de subhumanos incultos y semisalvajes; en Australia, de la piel del último hombre de una raza minoritaria, se hicieron monederos, pitilleras y hasta guantes, que fueron vendidos entre ricos que querían conservar la morbosa rareza. También cabe mencionar la extraña costumbre de los europeos que colonizaron el oeste americano, de cortar las orejas de los indios muertos en las actividades desterradotas, para dejarlas secar y luego hacer collares con ellas.
En Brasil, algunas tribus tupí momificaban también cabezas para conservar como trofeos.
Raro es el caso de las civilizaciones indígenas del oeste norteamericano. Las guerras no eran para aniquilar al enemigo, sino para conseguir botines: mujeres, caballos, esclavos, y por supuesto trofeos de guerra. Era de mucha importancia para ellos la cabeza, que no vacilaban ni un segundo en cortar. Los indios Cheyenne daban mayor importancia a los testículos.
Otros indios, que por la cantidad de representaciones de cabezas trofeos en su artesanía denotan la importancia que tenía para ellos esta práctica, son los Recuay, del Perú.
Preocupados por el auge de esta práctica, los gobiernos han tratado de evitarla, controlarla y hasta regularla, permitiendo que se tomen ciertas cosas como trofeos y otras no.
Acostumbrados a la cultura del supermercado, en la última invasión estadounidense a Irak los soldados no vacilaron en tomar para sí trofeos: mapas, gorras, bayonetas, insignias militares, armas… todo dejaba de funcionar para lo que estaba fabricado para servir de trofeo. Según Bagdad ANSA, un joven aliado tomó una bayoneta del cuerpo de un iraquí. “sentí el olor de la carne descompuesta, pero quería llevarme un recuerdo a casa y no resistí”. Eso es cultura de supermercado.
Durante la segunda guerra en el pacífico entre Estados Unidos y Japón, los soldados estadounidenses tomaban como trofeos orejas, muelas de oro, penes, cabelleras. El célebre aviador Charles Lindbergh, que siguió como observador las tropas estadounidenses en Nueva Guinea, anotó en su diario que a su regreso a Hawai los aduaneros le preguntaron si llevaba huesos humanos: “una pregunta de rutina”.
Según la política del ejército norteamericano para la toma de trofeos de guerra, los soldados pueden pasar entre otras cosas, cascos, botas, guantes, máscaras de gas, correas para balas, cantinas, compases, binoculares, insignias, fotos militares.
Lo psicológico
Por otro lado, la guerra se presta a excesos, explicados aunque no justificados, por la descomposición emocional que viene como consecuencia del tremendo terror que causa un combate: los gritos de guerra, las caras pintadas con muecas amenazantes, y más recientemente, el estruendoso sonido de explosiones de las armas de fuego. No es de extrañar que el estrés, consecuencia de saberse en peligro de muerte o por el hecho de ver morir compañeros al lado de uno, trastorne y traiga como consecuencia la rabia, la obnubilación del sentido de bien y mal, y se descargue en la tortura y mutilación del que, antes del desenlace de la batalla, tuviera como objetivo primario enviarle a un al cielo más allá de manera prematura y violenta.
Un trastorno psiquiátrico es otra posible razón para la toma de trofeos de guerra en sociedades que, como la nuestra, basada en el cristianismo, lo ve con malos ojos. Se cuentan historias de soldados que han sido encontrados en medio de las batallas, apuñalando y descuartizando cadáveres, dejando salir en un instante, como una explosión, la rabia contenida. Son estos soldados, trastornados ya, los mejores candidatos para los repugnantes trofeos que son los testículos, ojos y huesos humanos.
Muchas veces los trofeos no son tomados para conservar, sino temporalmente, para ofrecer una escena horrorosa con que doblegar el ánimo del adversario, aprovechando lo inestable del equilibrio psicológico humano ante espectáculos espeluznantes. Viejísima es la práctica del terrorismo como arma de disuasión.
Se cuenta de un Khan, que hizo en la plaza principal de una ciudad conquistada, una pila más alta que un hombre de cabezas arrancadas a los desafortunados perdedores. Un emperador sembró un camino que llegaba hasta Roma, con cristianos crucificados, transmitiendo de esta forma un mensaje claro de que había que someterse a la religión romana, y a las leyes, que muchas veces chocaban con los principios de la doctrina cristiana.
Y sin necesidad de viajar tan lejos en el tiempo, en julio de 1924, en la localidad argentina de Napalpí, fueron muertos cientos de indígenas que protestaban por la pobre paga que recibían como trabajadores del algodón, y se negaron a trabajar más; Como trofeos, más de matanza que de guerra en este caso, se tomaron orejas, testículos y penes, que luego fueron exhibidos en repugnante muestra de “patriotismo”, que bastaba para amilanar el espíritu de cualquier huelguista.
Otra historia famosa de abusos cometidos contra indígenas para poner ejemplos, es la de los empleados del empresario cauchero Julio Araña, en Iquitos, Perú.
El pene y la cabeza tienen un valor especial para muchas sociedades. Esto se puede comprobar en los rituales fálicos llevados a cabo en la India, y en las cabezas que aparecen adornando muchas ollas y artesanías de Latinoamérica. Esta importancia es debido que, en el pene se aloja la masculinidad y la fertilidad masculina, que genera la valiente resistencia del invadido y le permite traer descendencia que continúe batallando. Y en la cabeza se genera el sentido, que ayuda al contrario a diseñar estrategias y a pensar qué pedirle a sus dioses como ayuda; en la cabeza está también la cara, que es el más eficiente diferenciador entre una persona y otra, es la que individualiza. Sin tener conocimientos actualizados de medicina, no era difícil comprobar esto, los animales se castraban para que no dieran hijos y no fueran bravos, y los golpes en la cabeza dejaban sin sentido. Aunque a pesar de esto los griegos creían que el pensamiento se encontraba en el hígado.