domingo, septiembre 03, 2006

Trofeos de Guerra (1 de 3)

Por: Abel Estrada

Acostumbrados a leer sobre los trofeos de guerra en historias como la de Gengis Khan, que luego de derrotar a los habitantes de tierras deseadas, se llevaba sus mujeres y caballos, o a ver solo en los museos galones militares de soldados de otros países, podríamos pensar fácilmente que la toma de trofeos de guerra es una práctica desechada, llevada a cabo solo en tiempos en que no habían tribunales internacionales que trataran de maquillar los horrores de la guerra normándola, y que condenarían al que se atreviera a escalpar a un soldado vencido; pero no es así.

Desde la antigüedad, como podemos ver en la propia Biblia, donde se manda a David recoger cien prepucios de los filisteos, hasta la más reciente campaña militar estadounidense, contra Irak, se ha llevado a cabo la captura de trofeos durante los conflictos bélicos.

Recientemente hay un conflicto, en el que Perú acusa a Chile de haber robado muchas piezas de arte, cañones y otros bienes en la invasión de 1881, acusación que los chilenos niegan categóricamente.

Trofeos de GuerraBienes que Perú reclama

Al momento de un soldado tomar trofeos de guerra todo sirve, hay quienes toman cosas tan nimias como una cantimplora común y corriente de las que dota el ejército al soldado y fotografías personales que un enemigo pueda llevar consigo, hasta quienes entran a los museos del país conquistado a robar colecciones de monedas y obras de arte.

Pero ¿qué lleva a las personas a apropiarse de las pertenencias y hasta de las partes del cuerpo de un enemigo? Razones hay.

Lo cultural y lo social

Una de las razones más poderosas es la tradición, porque esta hace ver el hecho como algo perfectamente normal incluso para el vencido, y todos los individuos de un ejército quieren conseguir algo más concreto que poderío político y económico, para llevar a casa.

El origen de estas costumbres podría encontrarse en la necesidad, en las poblaciones cazadoras y recolectoras, de hombres fuertes más que de intelectuales. Estos hombres vivían en aldeas que se alineaban a lo largo de los ríos o alrededor de lagos, situación esta, que además de facilitar el comercio los exponía a las comunidades al ataque de sus vecinos. Donde la fortuna personal no se puede alcanzar debido a que los métodos de producción no están suficientemente desarrollados y no hay sobreproducción, las formas de llegar a posiciones de poder eran a través de la religión o de la milicia; cabezas, penes y otros trofeos, demostraban a los ojos de los demás que el poseedor no se había amilanado en la batalla, sino que cumplió su papel de defensor y por tanto merecía ser respetado y temido. En estas sociedades, donde no se había desarrollado nobleza, estos eran los que llegaban a jefes tribales.

No se descarta tampoco, el mero hecho de querer impactar, destacarse o llamar la atención. Poder vanagloriarse de ser un gran guerrero o, en estos tiempos de exaltación de los vicios como virtudes, de ser inconmovible. Es parte de la naturaleza humana querer ser el primero, el instinto competitivo que se satisface con ser el más.

Los guerreros janjeros, una tribu etíope, cercenaban y disecaban los penes de los enemigos; aunque para nosotros esto resulta grotesco, para ellos era de suma importancia, porque estos penes eran colgados en los dinteles de la entrada a la casa, y mientras más se tuvieran más respetado y temido era el propietario de los trofeos, ya que demostraba más arrojo personal y bravura.

Los indios Wamachuko, de Perú, tomaban como trofeos de guerra, armas, vestimentas, y mujeres. Tomaban prisioneros para tenerlos como trofeos temporales, e incluso se toman partes del cuerpo para hacer copas, flautas y tambores. Este último dato no es, como podrían pensar algunos algunos, una costumbre macabra, un caso aislado, de un grupo de subhumanos incultos y semisalvajes; en Australia, de la piel del último hombre de una raza minoritaria, se hicieron monederos, pitilleras y hasta guantes, que fueron vendidos entre ricos que querían conservar la morbosa rareza. También cabe mencionar la extraña costumbre de los europeos que colonizaron el oeste americano, de cortar las orejas de los indios muertos en las actividades desterradotas, para dejarlas secar y luego hacer collares con ellas.

En Brasil, algunas tribus tupí momificaban también cabezas para conservar como trofeos.

Raro es el caso de las civilizaciones indígenas del oeste norteamericano. Las guerras no eran para aniquilar al enemigo, sino para conseguir botines: mujeres, caballos, esclavos, y por supuesto trofeos de guerra. Era de mucha importancia para ellos la cabeza, que no vacilaban ni un segundo en cortar. Los indios Cheyenne daban mayor importancia a los testículos.

Otros indios, que por la cantidad de representaciones de cabezas trofeos en su artesanía denotan la importancia que tenía para ellos esta práctica, son los Recuay, del Perú.

Preocupados por el auge de esta práctica, los gobiernos han tratado de evitarla, controlarla y hasta regularla, permitiendo que se tomen ciertas cosas como trofeos y otras no.

Acostumbrados a la cultura del supermercado, en la última invasión estadounidense a Irak los soldados no vacilaron en tomar para sí trofeos: mapas, gorras, bayonetas, insignias militares, armas… todo dejaba de funcionar para lo que estaba fabricado para servir de trofeo. Según Bagdad ANSA, un joven aliado tomó una bayoneta del cuerpo de un iraquí. “sentí el olor de la carne descompuesta, pero quería llevarme un recuerdo a casa y no resistí”. Eso es cultura de supermercado.

Durante la segunda guerra en el pacífico entre Estados Unidos y Japón, los soldados estadounidenses tomaban como trofeos orejas, muelas de oro, penes, cabelleras. El célebre aviador Charles Lindbergh, que siguió como observador las tropas estadounidenses en Nueva Guinea, anotó en su diario que a su regreso a Hawai los aduaneros le preguntaron si llevaba huesos humanos: “una pregunta de rutina”.

Según la política del ejército norteamericano para la toma de trofeos de guerra, los soldados pueden pasar entre otras cosas, cascos, botas, guantes, máscaras de gas, correas para balas, cantinas, compases, binoculares, insignias, fotos militares.

Lo psicológico

Por otro lado, la guerra se presta a excesos, explicados aunque no justificados, por la descomposición emocional que viene como consecuencia del tremendo terror que causa un combate: los gritos de guerra, las caras pintadas con muecas amenazantes, y más recientemente, el estruendoso sonido de explosiones de las armas de fuego. No es de extrañar que el estrés, consecuencia de saberse en peligro de muerte o por el hecho de ver morir compañeros al lado de uno, trastorne y traiga como consecuencia la rabia, la obnubilación del sentido de bien y mal, y se descargue en la tortura y mutilación del que, antes del desenlace de la batalla, tuviera como objetivo primario enviarle a un al cielo más allá de manera prematura y violenta.

Un trastorno psiquiátrico es otra posible razón para la toma de trofeos de guerra en sociedades que, como la nuestra, basada en el cristianismo, lo ve con malos ojos. Se cuentan historias de soldados que han sido encontrados en medio de las batallas, apuñalando y descuartizando cadáveres, dejando salir en un instante, como una explosión, la rabia contenida. Son estos soldados, trastornados ya, los mejores candidatos para los repugnantes trofeos que son los testículos, ojos y huesos humanos.

Muchas veces los trofeos no son tomados para conservar, sino temporalmente, para ofrecer una escena horrorosa con que doblegar el ánimo del adversario, aprovechando lo inestable del equilibrio psicológico humano ante espectáculos espeluznantes. Viejísima es la práctica del terrorismo como arma de disuasión.

Se cuenta de un Khan, que hizo en la plaza principal de una ciudad conquistada, una pila más alta que un hombre de cabezas arrancadas a los desafortunados perdedores. Un emperador sembró un camino que llegaba hasta Roma, con cristianos crucificados, transmitiendo de esta forma un mensaje claro de que había que someterse a la religión romana, y a las leyes, que muchas veces chocaban con los principios de la doctrina cristiana.
Y sin necesidad de viajar tan lejos en el tiempo, en julio de 1924, en la localidad argentina de Napalpí, fueron muertos cientos de indígenas que protestaban por la pobre paga que recibían como trabajadores del algodón, y se negaron a trabajar más; Como trofeos, más de matanza que de guerra en este caso, se tomaron orejas, testículos y penes, que luego fueron exhibidos en repugnante muestra de “patriotismo”, que bastaba para amilanar el espíritu de cualquier huelguista.

Otra historia famosa de abusos cometidos contra indígenas para poner ejemplos, es la de los empleados del empresario cauchero Julio Araña, en Iquitos, Perú.

El pene y la cabeza tienen un valor especial para muchas sociedades. Esto se puede comprobar en los rituales fálicos llevados a cabo en la India, y en las cabezas que aparecen adornando muchas ollas y artesanías de Latinoamérica. Esta importancia es debido que, en el pene se aloja la masculinidad y la fertilidad masculina, que genera la valiente resistencia del invadido y le permite traer descendencia que continúe batallando. Y en la cabeza se genera el sentido, que ayuda al contrario a diseñar estrategias y a pensar qué pedirle a sus dioses como ayuda; en la cabeza está también la cara, que es el más eficiente diferenciador entre una persona y otra, es la que individualiza. Sin tener conocimientos actualizados de medicina, no era difícil comprobar esto, los animales se castraban para que no dieran hijos y no fueran bravos, y los golpes en la cabeza dejaban sin sentido. Aunque a pesar de esto los griegos creían que el pensamiento se encontraba en el hígado.

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