Por: Prof. Ángel Ant. Estrada Torres
La terrible pandemia que azotó la humanidad después de la primera guerra mundial y a la cual se denominó influenza española; aunque no se originó en dicho país e incluso en España fue más benigna que en otros países, se acercaba a nuestro país, pues ya había entrado a Puerto Rico donde exagerando, se contaba que había causado terribles destrozos en la población.
El pueblo aterrorizado sacaba procesiones y penitencias pidiéndole a Dios misericordia y grupos de mujeres y hombres y niños cantaban:
"Quién es aquella que viene
pisando sobre las flores
es la virgen e’ las Mercedes
madre de los pecadores"
Entraban a la iglesia, donde el cura les daba la bendición y maliciosamente les advertía que había que dar limosnas.
La Sanidad (nombre que recibía en aquella época el Departamento de Salud Social) que estaba dirigida por los interventores norteamericanos, al igual que todas las demás de la administración pública de nuestra nación, no se quedó con los brazos cruzados, ordenó que se suspendieran las clases y se cerraran las escuelas, medida que le gustó mucho a los muchachos sin aquilatar el peligro que corrían. Aparecieron algunas disposiciones extrañas: Todos los ciudadanos debían mantenerse con la boca y la nariz tapada con una gasa, bajo pena de muerte si no lo hacían; además de hervir el agua. Una de las recomendaciones más extrañas era que se bebieran cápsulas de azufre con una tisana de canela todas las noches al atardecer.
Esta última medida dio lugar a que vecinos y amigos se reunieran a beberse las tisanas con las cápsulas de azufre y olvidando el miedo a la influenza contaran chismes, comentaran las últimas noticias, se dijeran chistes y adivinanzas y charadas. Todo un acontecimiento.
Algunos comentaban que al vecino cuya mujer le era infiel, en la noche le colocaron unos cuernos de vaca en la puerta y que el afectado lo que hizo fue estrellar los cuernos en el piso y seguir unido a su esposa. Una mujer comentaba: ¿por qué las adúlteras tienen tan buena suerte? Sus maridos siempre las apoyan.
En el curso de la alegre reunión a otro se le ocurría formular una adivinanza: "Adivínenme esta".
Si el enamorado es advertido
Ahí viene el nombre de la dama y el vestido
Alguien la conocía y respondía: Elena Morado
Los asistentes comentaban que antes de la intervención creían que los norteamericanos eran muy honrados en la administración de la cosa pública, sin embargo al ver su manera de administrar, eran iguales o peores que los dominicanos, "personalmente es lo mismo, el conocido capitán Bacalú ( ) le echa una mano a todo tierras, ganado, etc. Y lo utiliza para su propio provecho". Cambiando de tema se comentaba que en los campos cuando se celebraban bailes un campesino iba sacar a una dama a bailar le decían "¡Bomba, bomba!" y él debía decirle un piropo a la agraciada y ella tenía que responderle con otro. En un baile un hombre con los pantalones muy anchos y largos fue a sacar a bailar una mujer al grito de ¡Bomba! ya que ella estaba muy bien vestida, él le dijo:
Dende que te vi vení
Con to tu perifollo
Te quise jacei la ruea
Como el guaraguao al pollo
Ella le respondió:
Dende que te vi vení
Con los caizones tan bajo
Le dije a mi compañera
Me comieron los trabajo"
Anteriormente ellos habían tenido algún disgusto, al hombre no le gustó la respuesta y le dio una pescozada, esto provocó un pleito general en que volaron por los aires botellas, vasos, sillas etc. Si este incidente hubiera ocurrido pocos años antes hubieran habido tiros, heridos y muertos, pero las tropas norteamericanas habían desarmado a los dominicanos.
Contando anécdotas, charlando, riendo, les sorprendió la epidemia que parece que se introdujo por aeroplano, pues llegó primero a Santiago que a Santo Domingo. Las risas se convirtieron en sollozos y lamentos, se oía decir "¡ay comadre, murió Panduco, hombre tan piadoso que no le dolía partir su almuerzo con cualquier infeliz!" Le contestaban "¡No me diga! Pero ¿usted sabía que Juana está mas muerta que viva?". Otros informaban "A Dámaso no le valieron los cuartos, me dicen que se está muriendo".
Mujeres misericordiosas salían a llevarle sopa de pata de vaca a los pobres sin temer el posible contagio. Dicen que un enfermo exclamó "Que bueno es estar enfermo, si le dan sopa tan sabrosa!". Un conocido y eminente médico lo llamaron a la fortaleza para atender a un militar interventor norteamericano y era tanto el temor que el ilustre galeno le tenía a la influenza que vio una mosca volando cerca del enfermo y luego se le acercó a él, echó hacia atrás violentamente, se tapó la cara con las dos manos y gritó ¡oh! ¡oh!. El médico era de color oscuro y el capitán gringo le propinó una bofetada y bramó al militar enfermo: "¡Vaya, acuéstese y muérase que los hombres se acuestan y se mueren!" y despachó al médico sin darle oportunidad de atender al soldado.
Era tanto el temor que producía la enfermedad que las personas que no tenían parientes cercanos y morían, nadie los quería enterrar, por lo cual salían militares por las calles y obligaban a transeúntes infelices a que los llevaran al cementerio, donde los esperaban fosas ya cavadas. Murió un haitiano y la soldadesca yanky obligó a cuatro hombres a llevarlo a darle sepultura. Antes de enterrarlo en la fosa el supuesto cadáver se quejó y se movió, uno de los cuatro hombres le dijo "si crees que vamos a volver al pueblo contigo después de todo lo que hemos pasado, te equivocaste ¡Pal joyo!" lo tiraron, le echaron tierra y lo sepultaron vivo.
La epidemia fue disminuyendo después de innúmeros muertos, hasta que desapareció.
Algunas personas que sufrieron la influenza quedaron locas o paralíticas. Familias enteras enfermaban. En mi familia gracias a Dios no murió nadie, ni ninguno quedó con daños permanentes y no solo eso sino que mi hermana y yo logramos escapar del terrible mal.
Un dato curioso es que la gripe misma no mataba, sino que se complicaba con pulmonía, meningitis, etc. y ahí sobrevenía la gravedad.
Con los años, ya siendo un hombre maduro, conocí en Azua un norteamericano que se la daba de médico y poeta el cual fue subsecretario de sanidad durante la intervención. Conversando con él le dijo a mi hermano Aristico que estando en Puerto Rico vio algunas autopsias practicadas a personas muertas a causa de la influenza y vio en los pulmones y bronquios signos de hongos y de ahí le surgió la idea de que se tomaran pastillas de azufre. Realmente el norteamericano en cuestión conocido como Mister Stone no era médico, aunque figuraba como tal. Así puede verse la mala gobernación que ejercieron los Estados Unidos de América durante su primera intervención: ¡la subsecretaría de Sanidad en manos de un hombre que ni siquiera era médico, que por sus caprichos, en Azua y sus alrededores era considerado medio loco o por lo menos raro!.
¡Pintoresco personaje que puso a los dominicanos a taparse la boca y nariz con gasa y a beber pastillas de azufre con tisana de canela!.
Hasta aquí llegan mis recuerdos infantiles de la espantosa y mortal pandemia que azotó nuestro país hace ya tantas décadas y en esta época de la globalización, neoliberalismo, privatización y laisez-faire no me queda mas que concluir con los versos con que Fabio Fiallo concluyó uno de sus poemas sobre la primera intervención americana.
¡Aprended de nosotros, oh pueblos de América!
El peligro que encierra la amistad del sajón
Sus mas nobles tratados son pérfida asechanza
Y hay hambre de rapiña, en su entraña feroz.
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